Si no lo conoce, no pierda la posibilidad de recorrerlo. Es el más grande en su tipo fuera de Japón y cuenta con espectaculares jardines floridos y con lagos donde viven los famosos peces Koi. Todo en él invita a conectarse con la naturaleza.
Cuando Kinzo Makino llegó en 1886 a bordo del buque Kasato Maru, fue el primer inmigrante japonés en pisar la Argentina. Por aquel entonces, nadie imaginaba que este nipón originaría en el futuro que la colectividad japonesa se transformara aquí en la tercera más grande de Latinoamérica.
Hasta el presente, a 130 años de aquel acontecimiento, esta laboriosa comunidad creó instituciones, comercios y empresas, y paralelamente desplegó una artesanía que hoy despierta admiración: la jardinería. En la provincia de Buenos Aires, más precisamente en la ciudad de Belén de Escobar, han desarrollado en sus innumerables viveros la venta de flores, plantas y árboles de una gran diversidad de especies.
Kazunori Kosaka es hoy el presidente del Jardín Japonés, esa preciosa joya instalada en el parque Tres de Febrero de Palermo, más precisamente en la avenida Casares 2966, y que pertenece a la Fundación Cultural Argentino-Japonesa. En la actualidad, unas 620.000 personas lo visitan anualmente, entre las cuales hay numerosos profesionales de la jardinería y estudiantes de la especialidad. Teniendo en cuenta el marco y la belleza del lugar, muchos sienten que el paseo por este parque de dos hectáreas y media de formato zen los ayuda a relajarse.
Pero ¿cómo se originó su creación? Ya con una comunidad afianzada en el país, la construcción del Jardín en el año 1967, a cargo del paisajista Yasuo Inomata, fue un anticipo para la visita planificada del entonces príncipe heredero Akihito y de su esposa Michiko. El Jardín, además de su rica flora y de su fauna, que comprende alrededor de quinientos peces Koi, muestra elementos que pertenecen a la mitología japonesa e incluye en su estructura un restaurante de gastronomía nipona, donde dicen los especialistas que se comen los mejores sushi y salmón rosado de Buenos Aires.
Con la intención de aprender e interiorizarse, Kosaka viajó por el mundo para conocer el diseño y los contenidos interiores de diversos jardines de este estilo y también tomó contacto en los Estados Unidos con la asociación de consultores de jardines japoneses. Actualmente, trabajan en el predio más de cien personas, quince de las cuales se ocupan de mantener la prolijidad del predio, junto a una veintena que atiende la jardinería propiamente dicha. A lo largo de estos cincuenta años –particularmente, en 2005 y en 2006–, se hicieron grandes trabajos de mantenimiento y recuperación de todo el complejo.
El Jardín no recibe fondos de ninguna administración estatal. Tanto los gastos vinculados con su conservación como los sueldos se cubren con la recaudación proveniente de las entradas, de la venta de artesanías, de la facturación del restaurante y de las clases que se dictan en los talleres. Muchos de los componentes de la flora y los famosos cerezos (sakura) fueron traídos de su tierra de origen, que es la isla de Okinawa.
Vale recordar que en la ciudad de Belén de Escobar existe otro Jardín Japonés, más pequeño, creado el 4 de octubre de 1969 y donado a la comunidad por la colonia japonesa en homenaje al cuadragésimo aniversario de la radicación de esta colectividad en dicha ciudad. Es de tipo clásico, llamado tsukiyama sansui (montaña y agua). La mayoría de las farolas de piedra y los peces que pueblan las aguas del estanque fueron traídos desde el Japón gracias a diferentes donaciones.
Representan un símbolo de la mitología japonesa. Pertenecen a una variedad de la especie de peces carpa y tienen fama mundial por su colorido y por su corpulencia. Son longevos (se conocen ejemplares de doscientos años) y de tamaño considerable: su cuerpo puede alcanzar más de un metro de largo y algunos llegan a pesar más de ocho kilos.
Dada su amplia gama de colores, constituyen el símbolo japonés por excelencia para los tatuajes. Su fortaleza se debe a que nadan contra la corriente en los ríos; por ese motivo, con frecuencia se los relaciona con la perseverancia frente a la adversidad. Un deseo común de cualquier padre es que su pequeño hijo desarrolle la fortaleza de un Koi.
Actualmente, estos peces son mundialmente conocidos porque las crías se han exportado a diversos países; de hecho, se los ha vendido a precios muy altos. El récord lo tiene un ejemplar que en Europa se cotizó con el valor de 100.000 euros.