El cartel de venta colgado de la fachada del Malba alarmó a más de un desprevenido y revolucionó las redes, fue comentario generalizado.
Dice: “Erlich Propiedades. Excepcional propiedad. Apto para todo destino. 680 obras de arte (Tarsilia, Frida, Diego, etc.) Cine, auditorio, biblioteca, tienda y bar. Terraza de 218 m2 / Parking. Piscina climatizada”. ¿Será que el museo da demasiada pérdida y su dueño, Eduardo Costantini, no puede afrontar los gastos? Nada de eso, el museo no se vende y Costantini sigue siendo un activo inversor y desarrollador inmobiliario. Ese anuncio es la provocación conceptual que anticipa lo que se encuentra puertas adentro del museo, donde ¿todo puede pasar?
Alegorías y efectos ópticos en las 21 instalaciones -realizadas en co-producción de Malba con Estudio Erlich, que demandó más de un año de trabajo y un equipo de 150 personas- integrantes de la exhibición Liminal, palabra que alude a un umbral hacia un sitio impreciso, a un estado ambiguo de sensaciones encontradas. Chicos y grandes disfrutan las obras de este lúcido y sensible creador, que funcionan en varios niveles pidiendo la interacción de los visitantes. Es que al artista le interesa el arte como herramienta de integración, por eso su obra está pensada para inducir a la participación.
Sus instalaciones poseen un gran impacto visual y, a la vez, cuestionan lo preestablecido. Entre lo lúdico y lo reflexivo, Erlich aborda temas como realidad y apariencia, lo absurdo y lo quimérico, inaugurando espacios de incertidumbre. Así, sus piezas a algunos se les presenta en forma juego, rompecabezas mentales para armar, y a otros como interrogación, preocupación sobre las convenciones.
Era domingo y estaba medio nublado cuando miles de personas que pasaban por Avenida 9 de Julio se inquietaron porque al Obelisco le faltaba su ápice. La turbación que causó esta intervención se transmitió por los medios de comunicación; millones de personas vieron su obra La democracia del símbolo. Pronto quedó todo aclarado. Se supo que Erlich había intervenido el monumento porteño e instalado videos adentro de la estructura -similar a la punta con sus ventanitas- que estaba en Malba. Esas imágenes dirigían la mirada del visitante sobre lo que se puede de ver desde la punta del Obelisco en dirección a la Avenida Corrientes, la Diagonal o la misma 9 de Julio de cara al este y el oeste, al sur y al norte.
El espectador también pudo caminar por La vereda (2007) donde un charco de agua junto al cordón refleja la arquitectura porteña, observar por la ventana a los vecinos del edifico de enfrente en La vista (1997/2017), espiar por la mirilla a Los vecinos (1996), ir al lavadero, tener Las Nubes (2018) casi en la punta de los dedos, y mucho más. Se dice fácil, pero la obra es compleja y de una manufactura de rara perfección; tiene que resistir al traqueteo de los visitantes. Es entonces cuando se vuelve a verificar cómo el artista, fabricante de ilusiones, convierte lo cotidiano en excepcional.
Del mismo modo, La pileta (1999) de Malba no es igual a la instalada de manera permanente en 21st Century Museum of Contemporary Art, de Kanazawa, Japón, tampoco a la que presentó en 2001 representando al país en la Bienal de Venecia. Aquí La pileta cabe justo en un desnivel de la planta baja del edificio. El agua de la superficie se mueve y, sin embargo, uno entra y sale seco. ¿Cuál es el misterio? Pasen y vean. El Aula (2017) escolar de Buenos Aires está en un estado calamitoso. Y cada cual verá algo distinto, como con otras obras, depende de la experiencia e intereses artísticos de cada observador. ¿Se trata de la mirada retrospectiva y borrosa de un adulto a su niñez? ¿0 es la pieza está hablando del deterioro de la educación? Como sea, todos podrán ingresar mágicamente y cambiar de banco cuantas veces quieran.
Erlich colocó una marquesina en el frente de la galería, “Próximamente”, prometiendo proyecciones de películas que nunca se dieron. Los visitantes ingresaban a un gran hall de una sala cine, puesto hasta el último detalle, y allí se encontraban con las pinturas que, como afiches, colgaban de las paredes. Las pinturas, basadas en fotografías de sus instalaciones, anuncian inexistes filmes. Fabrican con inteligencia nuevas ficciones, como los trabajos del director cinematográfico Charlie Lendor (anagrama de Leandro Erlich). Con ilimitada imaginación, rememoran sus extraordinarias y concretas prácticas artísticas. El artista vive y trabaja en Buenos Aires y Montevideo.