Viajes y Gastronomía
Isla de los Estados: La nueva reserva natural argentina
Por Carlos Manuel Couto
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Elegida por Julio Verne para su novela "El faro del fin del mundo", esta isla, golpeada por vientos huracanados y un mar revoltoso, registra en su historia el paso de filibusteros, depredadores de fauna, científicos como Charles Darwin y marinos de la talla del comandante Luis Piedrabuena.
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“…no vimos árboles en estas costas pobladas de pingüinos, de becerros marinos y aves de mar y de agua dulce, con vientos feroces y un mar irredento…”.


Es difícil imaginar que esta isla separada por el turbulento estrecho de Le Maire pueda tener una historia tan fascinante. En dirección norte-sur, tiene solo 500 metros de ancho; y en su punto máximo, alcanza los 16 kilómetros. En total, tiene 65 kilómetros de longitud y es, curiosamente, el lugar donde las elevaciones de la cordillera de los Andes acaban por hundirse en el mar. El monte Bove, su pico más alto, alcanza los 823 metros. El verde de su suelo se mezcla con gigantescas rocas. Su orografía, sumamente accidentada, presenta una costa rica en fiordos y bahías.


La prodigiosa creatividad de Julio Verne muestra en Le phare du bout du monde la vida y la muerte de dos de los tres fareros de la isla que lucharon contra el acoso permanente de los piratas de la región. Pero la imaginación del escritor francés no estuvo lejos de la dramática vida de quienes habitaron en la misteriosa soledad de esta isla patagónica, visible desde la costa de la isla Grande de Tierra del Fuego. Siglos atrás fueron los indios onas, yámanas y de origen haush quienes la frecuentaron, pero fue recién en 1982 cuando la etnóloga francesa Anne Chapman descubrió con sus excavaciones evidencias de vida humana entre el 300 a. C. y el 500 d. C.


Pero ¿quiénes fueron los europeos que primero visitaron esta isla? Cuando los antiguos mapas todavía no fijaban con precisión la división de América, el primer marino en llegar fue el español Francisco de Hoces, quien lo hizo en el año 1526, y casi cien años después, por orden del rey de España, arribó una misión para verificar los descubrimientos anteriores.


De todos modos, la vida productiva de la isla nació en 1823, cuando el argentino Luis Vernet, después de explorar su terreno, decidió instalar un aserradero en la bahía Flinders. Con el apoyo del Gobierno argentino, Vernet fue autorizado a colonizar la isla y estableció una lobería en Puerto Poner. Pionero, no se detuvo, y seis años después fundó refugios en Puerto Cook, instalaciones de pesca en la bahía Flinders y un aserradero en la bahía Capitán Cánepa.

Por aquel entonces, el marino argentino Luis Piedrabuena, que ya había rescatado a sobrevivientes de distintos naufragios, construyó un refugio para albergar supervivientes y se dedicó a la extracción de aceite de foca y de pingüino. Llegó a izar la bandera argentina en 1859. Diez años después, en virtud de sus méritos humanitarios y por la afirmación de la soberanía, el Gobierno le otorgó a Piedrabuena la propiedad de la isla de los Estados.

Idas y venidas. Casi toda la historia argentina es una secuencia de encuentros y desencuentros, y en este aspecto la isla de los Estados no fue menos.

El 26 de septiembre de 1894, el comandante Augusto Lasserre en una de sus navegaciones hizo construir algunos edificios para establecer una estación de salvamento, un muelle y cuadras para presos militares. Ese mismo año inauguró el faro de San Juan de Salvamento, pero su mal funcionamiento ocasionó varios naufragios y fue reemplazado por el de la isla de Año Nuevo. Lasserre siguió viaje a Ushuaia, pero dejó una guarnición militar de 24 hombres y 10 presos militares aptos para ejercer oficios tales como carpintería, cocina, mecánica y mantenimiento de luminarias. Ya con 154 habitantes, la subprefectura cambió su nombre por el de Estación de Faro y Presidio, y en 1902 la prisión fue trasladada a Ushuaia, de modo que la isla quedó deshabitada y los edificios, desmantelados. Diez años después, el Gobierno les compró la ínsula a los herederos de Piedrabuena, y esta quedó disponible para las “necesidades navales”.


Los giros de la política nacional hicieron que el presidente Roque Sáenz Peña decidiera dejar en la isla solo a cuatro marineros instalados en el Puesto de Vigilancia y Control de Tránsito Marítimo ubicado en Puerto Parry, sitio que se encuentra en un fiordo profundo y angosto, flanqueado a ambos lados por montañas de más de 600 metros de altura. Recorrer la “isla fantasma” constituye una cita con las páginas épicas de su accidentada historia.

Ahora, el turismo. Muchos opinan que la decisión es una jugada de riesgo. Es que el Gobierno de Tierra del Fuego acaba de inaugurar, por primera vez en la historia de la isla de los Estados, una temporada turística de baja escala –no más de 150 personas por grupo–, y se espera que muchos de los visitantes sean científicos profesionales.


La visita a la isla de los Estados no es para todas las edades. Es preciso tener en cuenta las limitaciones físicas que se pueden presentar frente al mar embravecido, los fuertes vientos, las lluvias y los senderos escabrosos.

A CAMPO TRAVIESA


La isla de los Estados fue declarada reserva histórica, ecológica y turística durante la presidencia de Mauricio Macri. Se puede acceder a ella solo por gentileza de la Armada o a través de la empresa Antarpply S.A. El desembarco se realiza en Puerto Cook por la costa norte, y es posible llegar hasta bahía Vancouver a campo traviesa. En el camino se ven los restos de un viejo cementerio y la antigua penitenciaría casi destruida por un motín carcelario en 1902.

Publicado 13/11/2023
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