No tiene portero eléctrico, pero supo ser el edificio más alto de América Latina y el más reconocido de Buenos Aires. El Kavanagh es un ícono de la Ciudad, demasiado lindo para haber sido obra de un ataque de ira.
Curiosa historia si las hay la del Kavanagh, que tuvo un origen tormentoso, debido a una historia de amor nunca consumada. Las malas lenguas dicen que Corina Kavanagh, mujer que pertenecía a una familia adinerada (pero no patricia), ordenó su construcción para vengar un romance no aceptado entre una de sus hijas y un joven de la familia Anchorena, uno de los apellidos más ilustres de la argentina patricia.
Ante la oposición de los Anchorena, Corina, ofendida y contrariada, quiso ensombrecer una hermosa obra arquitectónica que también hoy deleita a los turistas y transeúntes que pasan por el barrio de Retiro: nada más y nada menos que la Iglesia del Santísimo Sacramento, la cual los Anchorena habían hecho construir en 1920 para utilizarla como sepulcro familiar. Cuentan que el único pedido que les hizo Corina a los arquitectos Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María De la de la Torre fue que el edificio, cuya entrada principal se encuentra en Florida 1065, tapara la basílica. Hoy, para mirar de frente a la iglesia, la única alternativa es pararse en el estrecho pasaje Corina Kavanagh, que separa al rascacielos del Plaza Hotel, y que tenía la finalidad de que los habitantes del edificio pudieran ingresar directamente a la recepción del hotel.
El Kavanagh fue inaugurado el 3 de enero de 1936 y gracias a sus 120 metros de altura se convirtió en el edificio de hormigón más alto de Sudamérica, además de ser el primer edificio para viviendas de Buenos Aires que contó con equipo de aire acondicionado y con sistema de calefacción por calderas. Así, superó en aquel entonces los 90 metros del Palacio Barolo, su antecedente en cuanto a mayor porte. En cuanto a su estructura y distribución está compuesto por cinco alas yuxtapuestas y un total de 31 pisos. Su construcción escalonada, que le otorga una forma similar a la proa de un barco apuntando hacia el Río de la Plata, posteriormente dio lugar a sus conocidas terrazas con jardines.
En la actualidad, los 105 departamentos, que tienen la particularidad de ser todos distintos y de tener su palier privado, están habitados en parte por personalidades de la cultura y la política nacional. Muchos de los vecinos pertenecen a banderas políticas opuestas y sus discusiones suelen trasladarse a las reuniones de consorcio.
César Pelli, el arquitecto de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, calificó al Kavanagh como el “único rascacielos de Buenos Aires”, comparándolo solo con el Edificio Chrysler de Nueva York.
Para tener una idea, las unidades más chicas tienen 140 metros cuadrados. Entre los habitantes del edificio se encuentra, entre otros, la diputada y gremialista Alicia Castro, Roberto Devorik (hombre fuerte de Polo Ralph Laurent), el periodista y columnista del diario La Nación, Joaquín Morales Solá, y el influencer Carlos Maslatón.También allí residen importantes empresarios nacionales como los Rocca y miembros de la familia Pérez Companc.
El Kavanagh recibió muchos reconocimientos a lo largo de su existencia. El mismo año de su construcción, en 1936, se le dio el Premio Municipal de Casa Colectiva y de Fachada, mientras que en 1939 recibió similar distinción del American Institute of Architects. Por sus características técnicas también compartió un galardón con la Represa de Assuan y con el Canal de Panamá, otorgado por la Sociedad de Ingenieros de los Estados Unidos. En 1994 la Asociación Estadounidense de Ingeniería Civil lo distinguió como “Hito Histórico de la Ingeniería”. Pero quizás el más destacado sea el de haber sido declarado por la UNESCO en 1999 como “Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad”. Este reconocimiento tuvo y tiene un beneficio colateral para los propietarios, que están exentos de pagar impuestos municipales y tasas de alumbrado, barrido y limpieza.
Sin embargo, todos quienes viven en el Kavanagh asumen el compromiso de mantenerlo en buen estado. Para esto se cuenta con un gran cantidad de empleados fijos para su seguridad, mantenimiento y limpieza. Entre ellos surge la figura, inclusive, de un mayordomo, cuya función principal es la de coordinar las tareas de los varios encargados, siguiendo una vieja tradición del edificio.
Corina Kavanagh había reservado para ella el piso 14, que tiene 1.700 metros cuadrados, y tuvo que esperar catorce meses para habitarlo, el tiempo que tardaron los constructores para finalizar el rascacielos. Todo un récord para la época.
Lo que no hay en el Kavanagh es portero eléctrico. Como si se tratara de un hotel, todas las personas ajenas al edificio deben anunciarse en recepción e inmediatamente se les avisa vía telefónica a los propietarios. Tampoco tiene cocheras, porque cuando se construyó en 1936 todavía se estacionaban los carruajes sobre las aceras.
Otro de los compromisos que asume cada persona que elige vivir en el Kavanagh es el de no realizar ninguna modificación, tanto externa como interna. Este compromiso es muy estricto. Ni bien una persona se muda al edificio, debe firmar un documento en el que da su palabra de conservar al departamento tal como era originalmente. Cualquier modificación interna debe ser puesta en consideración del consorcio, aunque es muy extraño que se apruebe.
A pesar de tener casi 90 años, el Kavanagh sigue emergiendo como un coloso en el corazón de Buenos Aires y se ha convertido en un ícono tanto de la arquitectura como del sentir porteño.