Nicasio Tusanquilla fue hace unos años quien me recibió mientras guardaba en los corrales su más preciado capital: catorce llamas y veinticuatro huarizos nacidos del cruce de la alpaca con la llama.
Olacapato pertenece al departamento de Los Andes, está a unos 200 kilómetros de la capital salteña y a 60 kilómetros de San Antonio de los Cobres desde donde llegan las provisiones, viajando por la ruta 51, muchas veces sobre las nubes, bordeando abismos, viejos cementerios, agua cristalizada en la banquina por el intenso frío y una desolación que agobia. Los que se animan a subir admiran su geografía pero deben enfrentar el apunamiento o soroche (mal de altura) que afecta también a los coches. Pero a pesar de todo lo que le juega en contra, hay que disfrutar de las noches olacapeñas que deslumbran con un firmamento difícil de igualar: millones y millones de estrellas iluminan ese cielo infinito.
El pueblo se encuentra inmerso en un valle rodeado de un cordón montañoso de viejos volcanes inactivos y cerros de más de 5.000 metros de altura en cercanías del Salar de Cauchari. Olacapato actualmente figura como una población salteña, aunque está en permanente discusión con la provincia de Jujuy por su soberanía debido a que se encuentra en zona fronteriza. Según la cartografía del Instituto Geográfico Nacional, Olacapato pertenece a la provincia de Jujuy, pero su administración corresponde a la provincia de Salta.
Las casas se caracterizan por tener viviendas de construcción espontánea (ladrillos de adobe) con ventanas de madera pintadas de azul o rojo y adaptadas a las rigurosas condiciones climáticas. Los truques de artesanías (gorros, medias de lana y abrigos) funcionan a pleno porque son intercambiados por productos de despensa como azúcar, fideos, polenta, vino, gaseosas, entre otros; una economía que viene de sus ancestros.
Averiguo por la escolaridad y encuentro que tiene una sola escuela pública de nivel primario, la Nº 4.600 “Mayor Juan Carlos Leonetti” a la que concurren unos setenta alumnos. La rigurosidad del clima determina que esta escuela, al igual que otras del Departamento Los Andes, desarrolle su actividad con la modalidad conocida como “régimen de verano” con un ciclo lectivo que se extiende desde fines de agosto hasta mediados de junio. “En Olacapato no hay vacas”, me explica Nicasio cuando le pregunto por su régimen de comidas; “la carne que consumimos es de llama o cabra. Nuestra ración, en gran parte es de recetas locales y ancestrales, como la sopa de frangollo con carne de llamita. Las empanadas, el charqui con mote, la cazuela de cabrito o las milanesas de llama completan nuestro menú, y nuestro postre preferido es el achai, hecho a base de sémola hervida con duraznos, azúcar y pasas de uva.”
Anochece. El viento es fuerte y el frío achicharra, ya me había advertido Tusanquilla, y vamos a dormir en el único hospedaje del pueblo, que se encuentra a 50 kilómetros por la ruta 51 en el límite con Chile; tiene un comedor para almuerzos y cenas, que habitualmente es utilizado por los camioneros de las minas y por los viajeros que van camino a Chile. Pedí una sopa y luego una cazuela de cabrito para quitarme esa sensación gélida que dominaba mi cuerpo. Compartí mesa con un camionero chileno de nombre Benjamín Artosa que me contó la odisea de cada viaje al tener que cruzar lo que se conoce como el “Desierto del Diablo” y los extensos salares de Pocitos y Arizano. Según los geógrafos argentinos, este desierto – que es una extensión del desierto chileno de Atacama- es lo más parecido a la superficie de Marte y es uno de los sitios más aislados de la Puna, cerca de la localidad de Talar Grande, con una aridez extrema que lo vuelve inhóspito para cualquier ser vivo.
La única fuente de trabajo de los pobladores es la extracción del litio y la ulexita, dos minerales conocidos como “oro blanco” del Parque Solar Caucharí, el más grande de Sudamérica, que está en territorio de Jujuy. Sin embargo, a pesar de vivir pegados a esta inmensa fuente de riqueza, en Olacapato ni siquiera hay agua. Los pobladores toman el líquido que fluye a 133 kilómetros de distancia y que baja del Volcán Quehuar, cuya función social es justamente la provisión de agua. “Para nosotros es una montaña sagrada”, dice el cacique Alejandro Nieva, pero deben hervirla porque a raíz de la presencia de animales, muchas veces baja sucia.