San Ignacio Miní. Son las ruinas jesuíticas mejor conservadas, teniendo en cuenta las otras misiones como Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto, San Ignacio y Santa María La Mayor, todas ellas en territorio argentino, y exceptuando las espectaculares ruinas brasileñas de Sao Miguel das Missoes, en Rio Grande do Sul, muy bien conservadas.
San Ignacio Miní dista unos 60 kilómetros de Posadas, la capital provincial de Misiones, y a 240 del margen derecho del río Paraná. Como la mayoría de las misiones construidas por los jesuitas, la planta se encuentra rodeada de una plaza central en la que se hallan distribuidas la Iglesia, la Casa de los Padres, el cementerio, las viviendas y el Cabildo. Todas las construcciones se realizaron con la piedra local (el asperón rojo), en grandes e imponentes piezas y la calidad de su construcción ha permitido que pese a los años de deterioro, la mayor parte de la estructura siga en pie.
La misión original fue dirigida por los padres Cataldino y Simón Maceta en la región que los nativos llamaban Guayrá y los españoles La Pinería, en el estado brasileño de Paraná. En el año 1631 la mayor parte de las misiones fueron asediadas y destruidas por los bandeirantes paulistas o mamelucos, como también se los llamaba, para atrapar a los indígenas y venderlos como esclavos.
Solo las de San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto pudieron resistir los ataques, pero un año después resolvieron trasladarse a la región de Paranaimá. Cuenta la historia que pese a la formación de milicias nativas organizadas y entrenadas por los jesuitas de vocación militar, los enfrentamientos obligaron a replegarse hacia el este, es decir, a su ubicación actual.
El 27 de febrero de 1767, el rey Carlos III firmó un decreto por el que despojan de sus bienes a la Compañía de Jesús, encomendándole al Gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarelli, que se cumpla la expulsión de los jesuitas españoles acusados de servir a la Curia Romana. Naturalmente, esta decisión dio inicio a un rápido deterioro de las reducciones, sobre todo en la de San Ignacio, que en 1817 fue atacada por tropas paraguayas. Este asentamiento duró unos 150 años hasta que la Compañía de Jesús fue expulsada de las colonias españolas sin que los aborígenes supieran mantener la estructura diseñada, lo que dio comienzo a un rápido declive demográfico.
La visita a la Comunidad Guaraní de San Ignacio es muy interesante, ya que en su recorrida se pueden observar auténticas artesanías, además de poder recorrer sus establecimientos yerbateros y otros cultivos como el de la káa-hée (stevia) o hierba dulce, que no es otra cosa que una alternativa al azúcar y a los edulcorantes artificiales.
Para los visitantes, en el lugar funciona un Centro de Interpretación en el que se provee de información sobre la historia y cultura de las distintas misiones y se organizan espectáculos didácticos. Estas ruinas, donde los sacerdotes enseñaron una nueva vida a los indios guaraníes, fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1984.
Cerca del Museo de Interpretación jesuítico-guaraní se encuentra la casa-museo del gran escritor uruguayo Horacio Quiroga, que se radicó en San Ignacio a principios del siglo XX invitado por Leopoldo Lugones para realizar tareas de relevamiento en las ruinas. Otros paseos cercanos son el Parque Provincial y Peñón del Teyú Cuaré, una reserva natural de casi 80 hectáreas a orillas del Paraná, varios balnearios y la reserva ecológica de la Fundación Temaikén.