El milenario cofre arqueológico del arte paleolítico ha dejado sus huellas a lo largo y ancho del mundo. En lugares como, por ejemplo, Angkor, en Camboya; Bagam, en Birmania; Antigua Tebas, en Egipto; Capadocia, en Turquía; Chichen Itzá, en México; o Pompeya, en Italia. En nuestro país, la Cueva de las Manos del río Pinturas sella con su legado lo mejor de la arqueología argentina.
“El misterio es el elemento clave de toda obra de arte.”
La provincia de Santa Cruz está considerada un cofre, un reducto de yacimientos arqueológicos, porque además de la Cueva de las Manos, la localidad de Los Toldos guarda restos que datan de hace 12.500 años. Tanta es la importancia de la Cueva de las Manos del río Pinturas, que ha sido designada Monumento Histórico Nacional en 1993 y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999.
En la cima del cañadón del río Pinturas, el paisaje que se abre deja boquiabierto a quienes llegan hasta allí. “No puedo creer haber subido hasta aquí”, dice en su media lengua Sam Pilberg, un inglés que viene recorriendo lugares arqueológicos mundiales desde hace varios años y que espera escribir pronto su primer libro.
La Cueva pertenece a una serie de sitios arqueológicos americanos como Monte Verde en Chile, Piedra Furada en Brasil y Piedra Museo en Argentina, riquísimo en megafauna, pinturas rupestres y grabados en las rocas.
La Cueva penetra la roca hasta unos veinte metros de profundidad, por diez de alto y quince metros de ancho. Su descubrimiento fue realizado en 1876 por el naturalista y explorador Francisco Pascasio Moreno, a quien tanto le debe el país por su trabajo en la patagonia argentina. Sus inscripciones más antiguas están fechadas en el año 7350 antes de Cristo.
La Cueva de las Manos, ubicada en el noroeste de la provincia de Santa Cruz, se encuentra a 88 metros de altura, en la Estancia Cueva de las Manos, entre las localidades de Perito Moreno y Bajo Caracoles, en el departamento Lago Buenos Aires.
¿Qué dimensiones tiene esta maravilla del arte arqueológico? La Cueva penetra la roca hasta unos veinte metros de profundidad, por diez de alto y quince metros de ancho. Su descubrimiento fue realizado en 1876 por el naturalista y explorador Francisco Pascasio Moreno, a quien tanto le debe el país por su trabajo en la patagonia argentina. Sus inscripciones más antiguas están fechadas en el año 7350 antes de Cristo.
Uno de los aspectos más interesantes es que cuando fue descubierta, dentro de ella se hallaron vestigios de materiales líticos, fogones con restos, huesos y pieles de animales que eran la base de la subsistencia de los cazadores-recolectores, lo que permite entender como era el modo de vida de aquellas sociedades del pasado. Es recoemndable para quien viaje a La Cueva, que visite el Museo de Arqueología Carlos Gradin (uno de los principales investigadores del fenómeno) en la localidad de Perito Moreno. En este museo queda demostrado que los antiguos habitantes vivían de la caza y la recolección de vegetales silvestres.
El centro de la interpretación
En este centro el viajero encontrará un guión museológico realizado por especialistas del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. En él se ofrece un excelente panorama sobre el modo de vida de las poblaciones originarias y la historia de los primeros exploradores.
El significado de tales representaciones es actualmente hipotético aunque se especula que formaría parte de un ritual. También existen impresiones en positivo de las manos, es decir, logradas mediante el apoyo de las manos en las paredes teñidas con pintura. También se ha encontrado un Qillango, o manta, compuesta por trece pieles de guanacos nonatos o no mayores de dos meses. También empleaban otra clase de pieles como las de puma, zorros, gatos monteses, zorrinos, caballos y hasta cueros de avestruz, con el pelaje siempre hacia el interior y dejando el cuero hacia afuera para adornarlo con pinturas decorativas de formas geométricas y representaciones de la Cruz del Sur.