Se cumplió el sueño. Tras un Mundial inolvidable, el mejor jugador de todos los tiempos conquistó al mundo entero y trajo la Copa para la Argentina después de 36 años.
Poquísimas veces me tomo la libertad de escribir una nota en primera persona. Sin esconder intenciones y hasta sentimientos. Es más, el último recuerdo que tengo de haberlo hecho es cuando escribí el artículo en homenaje al inigualable Diego Armando Maradona, poco después de su muerte. Bueno, no tiene nada de casualidad de que ahora decida hacer lo mismo en una nota sobre Lionel Messi. Nada.
Cuando esta nota sea publicada, y posteriormente leída, van a haber pasado, al menos, cuatro meses desde que la Argentina ganó la Copa del Mundo. La tercera. La que ganó Messi. Es increíble como la emoción aún dura. Como permanece esa necesidad de seguir viendo imágenes de los partidos y los festejos, recuerdos que nos hacen todavía lagrimear.
Más allá del amor hacia Lionel, durante un tiempo sostenía que Messi no era cuestionable, pero sí criticable. En definitiva, es un ser humano, que se equivoca, que no es perfecto y que puede no ser siempre capaz de cumplir su rol de la mejor manera. Como espectadores públicos de su deporte, incluso como periodista en mi caso, se lo podía criticar. Bueno, ya no lo creo más. Desde hace un tiempo, en realidad. Llega un momento en que ciertos futbolistas –poquísimos, contados con los dedos de una mano- obtienen en su lugar en ese Olimpo del deporte -inventado por nosotros mismos- y ya ni criticarlos se puede. Todo bien hace Messi, dentro y fuera de la cancha. Es un ejemplo de un montón de cosas. De talento y mentalidad competitiva, obvio; pero también de perseverancia, de conducta, de compañerismo, de compromiso.
¿Es Messi el más grande futbolista de todos los tiempos? Yo creo que sí. Es más, entiendo que está entre los mejores ¿diez? de la historia del deporte. ¿Lo era antes de levantar la Copa en Qatar? Yo creo que sí. ¿Es importante lo que yo crea? Para nada. Solo que me siento más afortunado por haber sido encantado por él casi desde el vamos y, por ende, poder disfrutarlo desde antes que otros. Con la camiseta del Barcelona y sobre todo con la de Argentina. Sin reclamos, sin exigencias desmedidas, sin enojos. Sí con la esperanza de que desparrame rivales, de que invente pases, de que haga golazos. De que me haga parar frente a la tele, de aplaudirlo, de agradecer, casi incrédulamente, que haya nacido en Rosario y haya elegido jugar para Argentina. Y, claro, de que gane copas y trofeos. No el Balón de Oro y esos premios personales que seguramente le alimenten un poquito el ego, pero poco le deben interesar. Sino las Ligas, las Champions League, las Copas Américas…la del Mundo. Las que ganan no solo él, sino también sus compañeros, su club y su gente.
¡Qué Mundial jugó Messi! El que siempre quiso, el que muchos le reclamaban. El épico. En su momento más flojo –y el del todo el equipo- ante México, cuando las papas ya quemaban fuerte, cuando esa pesadilla que nunca habíamos visto venir estaba cada vez más cerca, cuando increíblemente parecía que la historia iba a terminar de la peor manera, apareció con ese aguijón letal desde afuera del área tras el pase de Di María y fue el desfibrilador que le dio vida al corazón de un equipo y de un país. Tuvo un buen partido ante Polonia y desde Australia en adelante brilló como nunca, como siempre. Hizo cinco goles de octavos de final en adelante, dos de ellos en la final. En los cuatro anteriores no había podido hacer ni uno. Más allá de la Copa esa fue su redención. No ante la gente –que buena parte se lo reclamaba-, sino personal. La bestia competitiva internamente sabía que se debía ser gravitante en instancias finales de un Mundial. Bueno. Tachame eso de la lista.
No podemos no dedicarle un párrafo especial al resto del equipo. Porque esta claro que ni Messi gana solo un Mundial. Como dijimos anteriormente, luego de la impensada derrota ante Arabia Saudita, la Selección transitó ante México momento dramáticos, de máxima tensión, en los que seguramente se les debe haber cruzado por la cabeza potenciales escenarios cuasitrágicos en caso de quedar eliminados en primera ronda. Pero apareció El Salvador, justo a tiempo, para desahogarse casi por completo y revivir. El alivio total llegó con el gol de Enzo y ahí sí, el equipo revivió y únicamente mejoró. Las individualidades que se destacaron las vimos todos: Dibu Martínez, la defensa completa, De Paul, Enzo, Mac Allister, Di María, Julián, incluso Lautaro. Todos aportaron mucho más que su granito de arena. Sacaron lo mejor de sí en los momentos más importantes de su carrera, en el máximo nivel mundial.
Eso es saber competir. Eso es estar a la altura, y más arriba aún. Las pruebas de carácter que dio este equipo después de golpes devastadores como el empate de Holanda en el último segundo, o la remontada de Francia en una final que iba camino a ser una paliza antológica, son dignas de un equipo preparado para ser campeón. Y no cualquier campeón. Uno que genera orgullo de que sea argentino y reconocimiento por parte del mundo entero. Y si hay alguien en alguna parte del planeta que no lo vea así, está muy equivocado.
No nos podemos olvidar de Scaloni. Todo el reconocimiento que se le pueda dar es poco. Su dedicación, su astucia; la importancia de haber estado en esas situaciones, él y su equipo técnico; el haber llevado adelante este proceso de transición desde el vamos con estos jugadores, cuando pocos confiaban en él. ¿Quién podía pensar que Argentina iba a salir campeón del mundo con un técnico que nunca antes había dirigido? Algunos nos subimos tarde a la Scaloneta, pero a tiempo para estarle eternamente agradecidos.
Y, como la vida es una pelota, volvemos a Messi. Todo el planeta, salvo Francia, quería que Argentina sea campeón. En buena parte por lo que este equipo hizo a lo largo del torneo, pero sobre todo por Messi. Por todo lo que luchó, por lo que sufrió, por lo felices que nos hizo. Todos querían verlo feliz a él. Ingleses, alemanes, brasileños. Todos. No me gustan las frases hechas, pero comparto esa visión de que el mundo es ahora un lugar un poco más justo.
Disfrutemos. Todavía nos quedan algunos años más para seguir absorbiendo esa energía que genera; para seguir sintiendo ese privilegio de que sea nuestro; para seguir sacándonos esa sonrisa con su magia mientras se nos humedecen los ojos por los recuerdos de él levantando la Copa. Cuando me senté a escribir esta nota no sabía por dónde empezar y ahora no sé cómo terminar. Gracias, Lionel. Gracias por ser argentino.