A poco más de 500 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aparece un destino que supo ser la preferencia de considerable cantidad de turistas -incluso a la par de Mar del Plata- y ha contado con la visita de famosos como Sandro y Mirtha Legrand, fundamentalmente por las propiedades curativas del agua y del lodo de la laguna que lleva su nombre.

Un lugar que en la década del ’70 llegó a recibir a 25 mil personas, con 6 mil plazas hoteleras y 250 establecimientos comerciales, tuvo que aprender a convivir con la ruina tras haber sido tapada por el agua: el 10 de noviembre de 1985, una violenta sudestada terminó de traspasar el muro de cuatro metros que protegía al pueblo y obligó a evacuar a sus 1500 habitantes. De la ilusión por comenzar una nueva temporada a lidiar con las postales más oscuras de la tragedia.

Y en 1993, ni más ni menos que siete metros. Un año antes, la ciudad cabecera del partido -Carhué- estuvo a punto de inundarse debido a los escasos siete kilómetros que la separan de allí. En la actualidad, las ruinas todavía invitan a ser recorridas, en una interacción que entrelaza los recuerdos, la nostalgia y lo que todavía prevalece.

En primer lugar, recorrer lo que queda de Epecuén, a través de tres circuitos a pie con diferentes extensiones. El punto de inicio es en el Centro de Interpretación, en la ex estación de ferrocarril, en donde se pueden conocer los inicios y el presente de la localidad.

Para quienes quieran realizar senderismo, el del Molle es una opción que se presenta dentro del camping municipal “La Chacra”, para conocer las especies nativas y exóticas o introducidas. Allí se puede ir a acampar o a pasar el día, si es que se opta por alojarse en hoteles que se encuentran en Carhué y ofrecen piletas y spa, con agua y fango de la laguna.

Desde ahí también se puede iniciar un recorrido que sigue la obra del arquitecto Francisco Salamone, encargado de diseñar y edificar -entre 1936 y 1940- más de 70 obras de manera simultánea en 18 municipios, que combinan el art decó, futurismo y funcionalismo a escala monumental. El Palacio Municipal, declarado Monumento Histórico Nacional en 2014, el Cristo de la reserva y el Matadero son algunas de ellas.

Fundamentalmente en verano, en la playa eco sustentable que se encuentra entre Carhué y Epecuén, para ir a pasar el día. Y por la noche, ante la falta de luz eléctrica, nada mejor que disfrutar de un cielo colonizado por las estrellas: desde hace ocho años, la actividad está orientada a fotógrafos especializados que deben sacar un permiso en la Secretaría de Turismo de Carhué.

Entre árboles cubiertos de salitre, entre construcciones esqueléticas que alguna vez estuvieron de pie, y entre el agua saturada de sal, evocando a la del Mar Muerto, Epecuén se mantiene a flote para seguir contando su historia.

Si bien son aves migratorias, encontraron allí el ambiente ideal para vivir y reproducirse: no sólo por la tranquilidad de la zona sino por la existencia de su dieta predilecta, la artemia salina, el único ser vivo que habita en este espejo de agua. Allí también se puede apreciar el macá común, macá plateado, coscoroba, falaropo común, y playeros, entre otras especies.

"En reconocimiento a los pioneros que le dieron vida al pueblo y a los pobladores que continuaron escribiendo su historia", decía la placa que fue colocada en el Portal de Entrada a la Villa Turística, en donde también se descubrió un mapa que ilustra los lugares más emblemáticos de este ícono del siglo XX.

"Para homenajear estos 100 años decidimos poner en valor el Stella Maris, una foto clásica de Epecuén que queremos que nuevamente lo sea", agregó Vanesa Neubauer, secretaria de turismo de Adolfo Alsina. Así fue que en la playa eco sustentable se colocó esta pequeña embarcación con la que las personas se fotografiaban para atesorar el recuerdo de su visita.

Si bien el Lago Epecuén siempre fue conocido por sus aguas mineralizadas, utilizadas para tratar enfermedades reumáticas, de piel o como tonificantes del organismo, la llegada del ferrocarril a Carhué, en 1899, dio lugar a una fiebre turística que hizo crecer al lugar. En 1909, la provincia de Buenos Aires le da un respaldo científico-médico a sus aguas, enviando una comitiva de especialistas que revelará sus propiedades para el mundo. A partir de allí, especialmente en la década de 1920, comienza a vislumbrarse un gran futuro para el Lago Epecuén. Así, el 23 de enero de 1921 se inaugura el primer balneario en sus costas, a 7 km de Carhué, que se denominará “Mar de Epecuén”, comenzándose a lotear tierras a su alrededor para conformar un pueblo.

Su crecimiento no cesaría hasta la inundación de 1985: a comienzos de esa década, las lluvias y el ingreso sin control del agua por el canal fueron condenando al lugar, que sobrevivía protegido por una muralla de cuatro metros de altura. Al convivir con la última laguna -y la más baja- del sistema de Lagunas Encadenadas del Sudoeste, no hay ninguna salida de la gran hondonada en que se halla. El 5 de marzo de 2018, una ordenanza dio origen a la Reserva Natural Municipal: su inauguración oficial fue el 22 de julio de 2019 con el objetivo de darle mayor protección a los diferentes ambientes naturales, históricos y culturales de Epecuén.