Liderado durante casi medio siglo por el doctor Luis Federico Leloir, premio Nobel de Química de 1970, el instituto alberga en la actualidad 24 grupos de investigación que buscan entender y curar enfermedades como el cáncer y otras afecciones neurodegenerativas e infecciosas; controlar plagas o diseñar vacunas.
Ensayos clínicos con una vacuna terapéutica contra el melanoma, estudios de distintos tipos de cáncer, propuestas para implementar un chip que analizará saliva para saber si una persona tiene riesgo de desarrollar alzhéimer y la búsqueda de plantas inteligentes que se adapten al cambio climático y a condiciones adversas son solo algunos ejemplos de los tantos proyectos científicos que se realizan en la Fundación Instituto Leloir.
Originalmente, la fundación se llamó Instituto de Investigaciones Bioquímicas Fundación Campomar. Su historia comenzó en una vieja casa ubicada en la calle Julián Álvarez 1719, en Buenos Aires, y contaba con el apoyo económico del empresario textil Jaime Campomar.
“La propiedad, de unos cien metros cuadrados, tenía un techo de zinc corroído y una especie de acueducto que tuvimos que construir para proteger de las goteras a los libros”, recordaba el propio Leloir, quien había sido nombrado como su primer director bajo los auspicios del Nobel de Medicina de 1947, Bernardo Houssay. Leloir tenía entonces 41 años y se había perfeccionado como investigador en Inglaterra y en Estados Unidos. El futuro Nobel de Química de 1970 ocuparía ese cargo durante más de cuatro décadas.
Quizás faltaban recursos, pero el clima de trabajo era estimulante. El crecimiento, tanto de la producción como de la cantidad de científicos, impulsaría luego dos mudanzas sucesivas: en 1958, a la calle Vuelta de Obligado 2490, en el barrio de Belgrano, donde antes había funcionado una escuela; y en 1983, a la actual sede en Parque Centenario. El aporte privado, incluyendo un importante legado de Carlos Campomar (hermano de Jaime) en 1977, posibilitó esa transición.
Hoy en día, el edificio de la fundación alberga 24 laboratorios con cerca de 160 investigadores y becarios del Conicet, 10 becarios de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, 35 estudiantes de grado y personal de apoyo.
Asimismo, cuenta con un brazo de transferencia tecnológica a través de su representante exclusiva, INIS Biotech, cuyo objetivo es convertir los avances científicos en herramientas y tecnologías que ayuden a la prevención, el diagnóstico y el tratamiento en distintas áreas de la salud y que aporten soluciones al sector productivo, tanto en el agro como en la industria. También dispone de un programa de divulgación científica, que es pionero en el país, y de la Biblioteca Cardini, declarada de referencia nacional en su especialidad por la Cámara de Diputados de la Nación.
“A lo largo de su historia, el instituto ha realizado importantísimos descubrimientos en biomedicina y agricultura, con lo cual alcanzó reconocimiento mundial por la calidad y el impacto de sus investigaciones. Esto se ha logrado agrupando científicos excelentes, suscitando condiciones que desarrollen la creatividad e impulsando la expresión de todo el potencial productor de conocimiento, especialmente en las generaciones jóvenes”, dice el doctor Alejandro Schinder, presidente de la Fundación Instituto Leloir y también investigador del Conicet.
“Producimos conocimiento, pero también generamos un pensamiento abierto y autocrítico, preparado para enfrentar distintas problemáticas. Esta construcción es indispensable para curar enfermedades, producir tecnologías innovadoras y diseñar estrategias de crecimiento. La ciencia es el motor necesario para construir un mejor modelo de país”.