Arte y Cultura
Los teleros de los Valles Calchaquíes
Por Lucas Argüelles
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El Noroeste Argentino es una región rica en muchos aspectos. A metros de la ruta 40, en la zona de El Colte, están los maestros teleros que continúan con el legado de sus antepasados y producen, entre otras artesanías, los mejores ponchos del país.

Durante la pandemia, cuando los viajes al exterior se volvieron aún más privativos por cuestiones sanitarias, nuestro país y sus infinitos lugares se revalorizaron gracias a los propios argentinos.


Es que cuando se tiene la oportunidad de conocer las diferentes provincias, sus paisajes y patrimonios, se comprende lo espectacular y maravillosa que es la Argentina, y el efecto inmediato es querer seguir conociendo y visitando más puntos de este vasto territorio.

Una de esas regiones mágicas es el Noroeste. Provincias como Tucumán, Salta, Jujuy, todas ellas guardan una cultura y una belleza natural, difícil de encontrar en otras partes del mundo.


Salta, en particular, se distingue por diferentes cuestiones, pero especialmente por lo diverso de su patrimonio cultural. Pintura, música, poesía y orfebrería son tan solo algunos de los aspectos destacados de una zona rica con dones artísticos. Y como una conjunción perfecta de tradición, artesanía y calor humano tenemos a los teleros, residentes centenarios de estas tierras polvorientas y responsables de producir una de las prendas más características de nuestra cultura: el poncho.


Desandar el recorrido entre Cafayate y Cachi, dos de los pueblos más conocidos y visitados de Salta, es una experiencia única. Paisajes de otro planeta que hacen olvidar el molesto serrucho del omnipresente ripio de la ruta 40 y obligan a detener la marcha a cada rato. Desde el sur, luego de pasar por otro lugar de cuento como Molinos y de atravesar las montañas, se llega al valle en el que encontramos al serpenteante río Calchaquí y a Seclantás, la cuna del Poncho Salteño.

Seclantás es un pueblito típico de esta zona y, como la mayoría de ellos, se desarrolla a lo largo de su calle principal, donde se pueden ver las casas con galerías y techos de carrizo revocado con torta de barro, con paredes de adobe, que conservan el aire colonial, sencillo y pintoresco de otras épocas. Sus pocos más de 3000 habitantes tienen a mano variantes para poder abastecerse y producir: la cercanía con el río permite tener una economía rica en plantaciones de vid, alfalfa, y maíz, entre otras; pequeñas bodegas familiares producen vinos patero y mistela.

Sin embargo, Seclantás destaca gracias a sus artesanos teleros. Con el fin de darle mayor identidad a su pueblo, ellos mismos, en 2002, crearon el Camino del Artesano, un recorrido de aproximadamente 15 kilómetros por la ruta provincial 55 -paralela a la ruta 40- sobre la margen este del río, en una zona conocida como El Colte.


Al tomar este camino se puede visitar una veintena de casas donde trabajan los tejedores más reconocidos de la provincia, que abren las puertas de sus talleres para recibir a los visitantes y exhibir sus obras maestras. De esta zona es el Tero Guzmán, famoso por ser el ponchero de Los Chalchaleros y por haberle entregado uno al Papa Juan Pablo II. También de Elpidio Gonza y de Eduardo y Esther Choque, entre otros. En la actualidad, los descendientes de estos apellidos ilustres de El Colte -muchos de ellos son parientes entre sí, políticos o de sangre- mantienen vigente el legado y son los principales referentes del lugar.


A la hora de la confección de los trabajos, los de alto valor se realizan con hilo muy fino trabajado a mano y son demandados para trajes, chalecos, camperas y sacos, entre otros. Los diseños, suelen relacionarse con los paisajes y con motivos regionales; o bien se inspiran en el rico arte de las culturas indígenas e incaicas, con motivos de la iconografía arqueológica. La materia prima se trata mayormente de lana de oveja o llama.


Por su parte, la trama de los ponchos es compacta y apretada, para lograr una mejor cobertura; y se teje con una herramienta de madera conocida como pala.

Para las ruanas, el tejido suele ser más suelto y se hace con una herramienta diferente llamada peine. La estructura en el que se tejen los ponchos es una pequeña maravilla de la ingeniería. Se construyen con maderas duras, como el sauce, el olmo o el algarrobo.

Históricamente, el modelo que más se vendía era el clásico salteño, con ese borravino inconfundible y las tiras negras. Pero los diseños han evolucionado, y hoy se ven distintos colores y largos, al punto que pueden llevar también dibujos de animales, cardones o flores. Hasta se ven ponchos con capucha.


El teñido se realiza en caliente con tintes naturales: cáscara de nogal, que da ese clásico color amarronado; jarilla, resina de algarrobo, yerba mate, cebolla, cúrcuma y también anilinas para los tonos fuertes, más artificiales. Para que el color se adhiera y no destiña se utiliza limón como mordiente. Para terminar, las prendas reciben un planchado hecho con plancha a carbón.

Tejer un poncho puede llevar entre 15 y 20 jornadas de trabajo, que se pueden estirar si la guarda que lleva es más compleja. Después hay que coserlo y tejer los flecos, tarea que suele recaer en la mujer del telero. Originalmente tenían una medida aproximada de 2 metros de largo, por 1,40 metros de ancho, aunque en la actualidad se hacen a medida. En cuanto a los precios, un poncho ronda los 25.000 pesos; mientras que las ruanas están entre 4.000 y 6.000, dependiendo el tipo de lana.


Si está planeando un viaje próximo a alguna parte de nuestro país. No lo dude, el Noroeste es el destino. Y Seclantás, igual que Cachi, Cafayate o Molinos, una de esas perlas que recordará por siempre.

Publicado 23/02/2023
Por Lucas Argüelles
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