Durante la pandemia, cuando los viajes al exterior se volvieron aún más privativos por cuestiones sanitarias, nuestro país y sus infinitos lugares se revalorizaron gracias a los propios argentinos.
Una de esas regiones mágicas es el Noroeste. Provincias como Tucumán, Salta, Jujuy, todas ellas guardan una cultura y una belleza natural, difícil de encontrar en otras partes del mundo.
Salta, en particular, se distingue por diferentes cuestiones, pero especialmente por lo diverso de su patrimonio cultural. Pintura, música, poesía y orfebrería son tan solo algunos de los aspectos destacados de una zona rica con dones artísticos. Y como una conjunción perfecta de tradición, artesanía y calor humano tenemos a los teleros, residentes centenarios de estas tierras polvorientas y responsables de producir una de las prendas más características de nuestra cultura: el poncho.
Sin embargo, Seclantás destaca gracias a sus artesanos teleros. Con el fin de darle mayor identidad a su pueblo, ellos mismos, en 2002, crearon el Camino del Artesano, un recorrido de aproximadamente 15 kilómetros por la ruta provincial 55 -paralela a la ruta 40- sobre la margen este del río, en una zona conocida como El Colte.
Al tomar este camino se puede visitar una veintena de casas donde trabajan los tejedores más reconocidos de la provincia, que abren las puertas de sus talleres para recibir a los visitantes y exhibir sus obras maestras. De esta zona es el Tero Guzmán, famoso por ser el ponchero de Los Chalchaleros y por haberle entregado uno al Papa Juan Pablo II. También de Elpidio Gonza y de Eduardo y Esther Choque, entre otros. En la actualidad, los descendientes de estos apellidos ilustres de El Colte -muchos de ellos son parientes entre sí, políticos o de sangre- mantienen vigente el legado y son los principales referentes del lugar.
A la hora de la confección de los trabajos, los de alto valor se realizan con hilo muy fino trabajado a mano y son demandados para trajes, chalecos, camperas y sacos, entre otros. Los diseños, suelen relacionarse con los paisajes y con motivos regionales; o bien se inspiran en el rico arte de las culturas indígenas e incaicas, con motivos de la iconografía arqueológica. La materia prima se trata mayormente de lana de oveja o llama.
Históricamente, el modelo que más se vendía era el clásico salteño, con ese borravino inconfundible y las tiras negras. Pero los diseños han evolucionado, y hoy se ven distintos colores y largos, al punto que pueden llevar también dibujos de animales, cardones o flores. Hasta se ven ponchos con capucha.
Tejer un poncho puede llevar entre 15 y 20 jornadas de trabajo, que se pueden estirar si la guarda que lleva es más compleja. Después hay que coserlo y tejer los flecos, tarea que suele recaer en la mujer del telero. Originalmente tenían una medida aproximada de 2 metros de largo, por 1,40 metros de ancho, aunque en la actualidad se hacen a medida. En cuanto a los precios, un poncho ronda los 25.000 pesos; mientras que las ruanas están entre 4.000 y 6.000, dependiendo el tipo de lana.