Fundada en 1885 en el barrio de Once, hoy es considerada la panadería más antigua de Buenos Aires. Y acredita una curiosidad: su dueña fue Josefina Sarmiento, la hermana del expresidente Domingo Faustino Sarmiento.
Rivadavia 3129. Son las seis de la mañana. A pesar de la llovizna, ya hay gente esperando en la puerta. Su dueño actual, Leonardo Messina, no deja de emocionarse al recordar la época en que sus padres compraron la panadería.
La historia de Flores porteñas se remonta hasta ciento treinta y tres años atrás, cuando Josefina Sarmiento inauguró el local. Por entonces, lo que hoy es Plaza Miserere era un solitario estacionamiento de carruajes.
Se huele historia dentro del local: Messina cuenta que la panadería tuvo clientes tan famosos como Raúl González Tuñón, Julio Cortázar, Leopoldo Marechal y hasta el propio expresidente Perón, que mandaba a comprar medialunas de manteca para su desayuno.
Flores porteñas sobrevivió al embate de los tiempos y evitó transformarse en una pila de escombros. Hoy día, la panadería conserva sus muebles originales, y el contenido de sus vitrinas es una invitación a la gula.
En cuanto al autor de Rayuela, hay varias coincidencias históricas que afirman que solía pasar diariamente a tomar café en la época en que estudiaba letras en la Escuela Normal Mariano Acosta. Cuenta Messina –quien lleva quince años a cargo de la confitería– que algunos clientes le han comentado que, cuando todavía eran chicos, iban con sus padres a comprar la factura fresca del día; y otros hasta le han mostrado los menús de casamiento que preparaba doña Josefina Sarmiento.
“La suprema calidad”
Todo indica que la hermana del gran educador era bastante “marquetinera”, porque “la suprema calidad” era el eslogan con que se promocionaba la producción de ensaimadas, de sfogliatelle y de las clásicas medialunas saladas y de manteca que aún hoy se siguen fabricando.
En la actualidad, las medialunas siguen siendo la punta de lanza de una demanda que no cesa; entre la mañana y la noche, salen más de siete mil de esas facturas. “Este oficio se está acabando –explica el maestro pastelero–; es difícil encontrar gente de la especialidad. Además, para mantener la buena calidad de la producción –tanto de las confituras como del pan–, hay que trabajar con harina de primera calidad”.
Uno de los productos que más sale durante todo el año es el pan dulce, famoso porque en su preparado y en su cocción las frutas abrillantadas y las pasas de uva se maceran con un licor especial. Pero tienen otro secreto: siguen usando el horno de ladrillos de la época de Sarmiento, y la mercadería entra y sale con pala.
A las cuatro, de madrugada, la panadería ya está trabajando a full. Messina y sus padres vivieron unos años en Nueva York, y él reconoce que allí han aprendido muchos secretos de la especialidad mientras trabajaban en la panadería de su primo. El progreso que transformó a la ciudad hoy ha hecho que Rivadavia sea un desfile incesante de público, gran parte del cual se siente tentado a entrar en Flores porteñas, que –llueva o truene– abre sus puertas a las seis de la mañana.
La panadería Flores porteñas sigue guardando para sí buena parte de su historia, porque aún conserva su antiguo mobiliario: los vitrales, un reloj de madera que todavía funciona, la boiserie y una vieja foto de tres damas de época. La historia no ha pasado. Aún está allí.